A través de una carta-compromiso se les pidió que mientras disfrutaban de un tamal de chipilín y disfrutaban de un chocolate caliente, apuntaran con que cantidad de dinero y de billetes se anotaban

A finales de julio de 2019, cuando ya muy a la baja estimaba un crecimiento económico de 0.9 por ciento, de 1.2 por ciento inicial a principios de año, Fernando López Macari, presidente del Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas, decía que una de las razones por las que se estaba desacelerando la economía era porque no se estaba generando un entorno de confianza a los inversionistas.

“La economía mexicana se está desacelerando más de lo anticipado… Falta una generación de confianza para invertir, se han tenido decisiones del gobierno que no están generando la confianza necesaria para que se reactiven los proyectos de inversión”, expresó.

En noviembre, Carlos Slim y Carlos Lomelí, dos de los empresarios más afines al Presidente Andrés Manuel López Obrador, restaban importancia al crecimiento. El primero dijo que “no era importante” porque apenas se estaban sentando las bases de un nuevo gobierno. El segundo, que resultaba “ocioso” discutir el tema.

Ya en pleno 2020, hace unos días, en una entrevista para El Heraldo de México, José-Oriol Bosch Par, Director General de la Bolsa Mexicana de Valores, advirtió que si no hay crecimiento económico, las inversiones no van a llegar al país y el mercado de valores no va a expandirse.

“El crecimiento debería empezar a ver la inversión, debería haber un mayor grado de confianza y certidumbre para que se realicen inversiones, haya empleo y consumo”, expresó.

Precisó que si el país registrara un PIB más alto, los grandes inversionistas vendrían y generaría más flujo al mercado de valores.

En el mismo sentido se manifestaban otros representantes de organismos financieros, por no decir que todos, aunque algunos preferían dorar la píldora para no quedar mal con el gobierno.

Uno más fue Carlos Capistrán, economista en jefe para México y Canadá de Bank of America Securities, que a mediados de enero de este año expresó preocupación por las tasas de crecimiento.

Afirmó que el estancamiento de la inversión podría llevar a México a dañar su crecimiento potencial.

“Lo que estamos viendo en el crecimiento es que no hay inversión, eso me preocupa mucho porque la falta de inversión hace que no crezcas hoy ni mañana, entonces el crecimiento potencial puede estar en riesgo de bajar.

“Me preocupa el crecimiento, pero lo que me quita el sueño es que la inversión no da la vuelta, y creo que es muy importante que se den las condiciones para que la inversión crezca”, añadió Capistrán.

El asunto del crecimiento económico, tal vez no fatal, se reflejó agriamente en las cifras de fin de año. Todas las expectativas cerraron en negativo, el PIB decreció a 0.1 por ciento, el peor resultado desde 2009, de acuerdo al INEGI.

El panorama lo previeron tanto organismos empresariales nacionales, como internacionales, entre ellos las calificadoras y el Fondo Monetario Internacional.

Definitivamente no es el fin del mundo, pero sí una señal para, cuando menos impulsar la inversión. Esa que los empresarios mexicanos han pactado con el Presidente López Obrador, pero que nada más no llega.

Ante todo este esquema, en apariencia, el menos preocupado era el Presidente. Para él las cifras no dicen mucho, “no importan mucho”.

“Yo tengo otros datos: puedo decirles que hay bienestar”. Sin embargo, no mencionó nada sobre el incumplimiento de crecer anualmente a entre 2 y 4 por ciento.

VENTA DE GARAGE, SUBASTAS Y RIFA

Aunque la guardia no baja, ni el entusiasmo escasea, como puede verse cada día en la conferencia matutina del Presidente Andrés Manuel López Obrador en Palacio Nacional, es un hecho que el Gobierno Federal cuenta con pocos recursos para solventar gastos o cumplir programas prioritarios.

A diferencia de gobiernos pasados, la estrategia de “austeridad republicana”, así como la creación del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado”, que apresura la recuperación de recursos con la venta o remate de las confiscaciones al crimen organizado, como a defraudadores, trasciende en un fondo con el que se han empezado a sortear algunas obras, aunque resulta insuficiente.

Más aún porque el propio López Obrador ha fijado la atención de la sociedad en tres grandes obras, el aeropuerto de Santa Lucía, el Tren Maya y la refinería “Dos Bocas”, en principio.

Obras que requieren de un capital altísimo para concluirlas. Quizá por eso su arranque ha sido casi imperceptible. Pero, además, bajo una advertencia que aunque no se hizo pública, sí fue un secreto a voces: “No hay dinero”, dijo Arturo Herrera, Secretario de Hacienda.

Un reportaje bastante detallado de Lidia Arista, periodista de Expansión Política, indica que hasta ahora el gobierno de López Obrador ha realizado siete subastas en las que ha recaudado alrededor de 351 millones de pesos.

De ellos, solo ha entregado cerca de 200 millones, repartidos en la construcción de caminos, apoyo a municipios con pobreza extrema, deportistas y niños músicos, entre otros.

Las subastas han contemplado unos mil 200 artículos, de los que se habrían vendido casi la mitad. Entre estos están “la casa del empresario chino-mexicano Zhenli Ye Gon, un reloj Romain Jerome elaborado con piezas del barco Titanic, un automóvil denominado “La Bestia”, un Lamborghini Murciélago, y una casa vinculada al cártel de Los Beltrán Leyva”, detalla el reportaje.

Así las cosas, el esfuerzo de las subastas resulta aleccionador porque se trata de artículos o propiedades que en su momento se adquirieron “malhabidamente” o con gasto excesivo, pero lo recuperado no da para solventar pendientes mayores.

Uno de los rubros que más apremian, entre quizá una lista bastante amplia, está el de las medicinas y equipo para hospitales, que ha salido a relucir ante el “atorón” en el suministro de medicamento y el surtido de recetas en el sector Salud.

Parte de la solución, aunque tampoco es la panacea, el Presidente la tiene muy cerca desde que arrancó su gestión el 1 de diciembre de 2018, su valor es de 3 mil millones de pesos. El problema es que a nadie atrae. Se trata del avión, ahora ex presidencial, Boing 787, bautizado como “José María Morelos y Pavón”.

Durante un año y tres meses se ha ofrecido en venta, en renta y hasta en copropiedad, pero la estrategia no pega. Ni reyes, ni príncipes y, mucho menos, Jefes de Estado, le han echado el ojo.

Y en lugar de ganar, el gobierno mexicano pierde. Mantenerlo estacionado en Victorville, California, durante más de un año costó cerca de 30 millones de pesos, entre su mantenimiento y preservación.

Además, donde hoy se encuentra estacionado genera un costo de 4 mil dólares por semana.

En el 2012 costó 230 millones de dólares, unos 8 mil millones de pesos. Actualmente está valuado en 120 millones de dólares, unos 2 mil 600 millones de pesos.

¿Qué hacer entonces con un diamante que nadie quiere por fastuoso, oneroso y “faraónico”, como afirma López Obrador?

Entre broma y comentario; entre chascarrillo y ocurrencia, el 17 de enero, el Presidente dijo en su conferencia matutina que buscaría deshacerse de él a como diera lugar, así fuera rifándolo.

¿Rifándolo? Todos los tomamos a broma. Él también, pero después le cayó el veinte. Si un rey o un príncipe no lo quieren, y ni siquiera un Jefe de Estado, pues que lo tenga un mexicano, no importa que esté jodido, a ver qué hace con él.

Aunque al Presidente le preocupe que “se desgracie” ante tanto dinero.

Sí, claro, rifar el avión. No faltó quien comentara que al Presidente, literalmente, “se le había ido el avión”.
Quizá ha sido en toda la historia de la “memelogía”, el comentario que más memes ha desatado.

Él mismo se carcajeó de ellos y de la gracia que muchos generaron.

Desde ese día fue “refinando” la idea.

Alguien, quizá, le habrá dicho que no es muy recomendable que cualquier mexicano, sobre todo con salario bajo, tenga un avión en su casa o donde pueda meterlo o estacionarlo.

Otros le habrán dicho que la idea no era muy “aterrizada”. ¿Cómo rifar un avión que no se ha terminado de pagar? ¿Y las leyes que regulan los sorteos qué dicen? ¿Y de qué le servirá a un mexicano tener una aeronave que nunca va a utilizar?

Como que algo no hacía “click”. Pasaron los días y su idea la varió un poco, o un mucho: Se rifaría el avión, pero solo en imagen. Rifaría el monto que cuesta el avión. O quizá ni eso. Rifaría dinero, pues, y la ilusión de un avión.

Pero lo peor no era eso para un Presidente que tuvo una “genial idea”, sino ¿ahora cómo hacer para decir que rifaría el avión, sin que se rifara el avión?

Pues nada más decir que se rifaría el avión, pero no se entregaría, y que seguiría siendo propiedad del Estado. El sorteo quedó fijado para el próximo 15 de septiembre.

¿Cómo así? Pues así.

‘LOS TAMALES MÁS CAROS QUE ME HE COMIDO’

“Son los tamales más caros que me he comido en toda mi vida”, dijo Bosco de la Vega, presidente del Consejo Nacional Agropecuario, tras salir de la cena que el Presidente López Obrador organizó a empresarios en Palacio Nacional para comprometerlos en la compra o venta de “cachitos” para la rifa del monto del avión.

Bosco habría imitado una expresión similar de Carlos Bremer.

La cantidad de empresarios invitados variaba. El miércoles se afirmaba que los convocados eran 100. El periódico Reforma mencionó en su nota de portada del jueves que acudieron 200. El Presidente dijo en su conferencia matutina que solo se presentaron 75.

Lo importante fue que, en masa, los hombres del dinero privado en México acudieron puntuales al llamado del Presidente.

Así, entre los muchos que pasaron desapercibidos, se notaron Miguel Alemán Velasco, Carlos Salazar Lomelín, Emilio Azcárraga, Carlos Bremer, María Asunción Aramburuzabala, Bosco de La Vega, Carlos Slim, Carlos Peralta, Vicente Yáñez, Daniel Chávez, Miguel Rincón, Olegario Vázquez Aldir, Antonio del Valle, Alejandro Ramírez, Ángel Mieres.

Ellos, los empresarios, que por ahora poco han invertido para ayudar al crecimiento económico, esta vez sí invirtieron, en ”cachitos”, pero invirtieron.

A través de una carta-compromiso se les pidió que mientras disfrutaban de un tamal de chipilín y disfrutaban de un chocolate caliente, apuntaran con que cantidad de dinero y de billetes se anotaban.

Cual “teletón” (“aviontón”), se especificaba escoger entre 20, 50, 100 o 200 millones de pesos, es decir, el costo de adquirir 40 mil, 100 mil, 200 mil o 400 mil de los 4 millones de “cachitos” destinados al sector empresarial.

Con su “aportación”, los empresarios cubrirían los 2 mil millones de pesos de los 100 premios de 20 millones de pesos cada uno.

Arturo Soto Munguía, periodista de Dossier Político, vio todo el entramado desde un ángulo más novedoso:

“En el fondo de todo esto, lo que aparece es una versión recargada del ‘copelas o cuello’”, que Zhenli Ye Gon aplicó a Javier Lozano.

Varios días antes se detalló la logística de la que ya se prevé como “la madre de todas las rifas”.

Se imprimirían 6 millones de “billetes”, rotulados con la imagen del avión que se va a rifar, pero no se va a rifar, pero que cuando compremos nuestro “cachito”, pensemos que nos ganaríamos el avión.

Cada “cachito” costará 500 pesitos. Con la venta de todos los billetes se obtendrían 3 mil millones de pesos, rebasadito el precio del avión.

El premio ya no sería uno porque no será el avión, sino el costo del avión; pero tampoco eso porque los ganadores serán 100 con 20 millones de pesos para cada uno.

¿Entendieron o vuelvo a empezar?

El enjuague no termina ahí. Sino que el gobierno o, más bien, el Presidente, no agarró de puerquito al pueblo sabio, sino de “cochinito”. Los ciudadanos serán los que sufraguen los gastos pendientes del gobierno.

Porque si se les vuelve a poner, pues vuelven a rifar el avión sin el avión. O el Tren Maya, no importa que todavía no se construya, si al fin solo existirá en los billetes de lotería y en la mente de quien rifa y quien compra los “cachitos”.

Pero para regar los “cachitos” se requiere un “ejército”, que además garantice que no habrá pérdidas.

Y qué más que un “ejército” de empresarios.

Había que reunirse con ellos, ofrecerles una cena entre típica y austera, pero con sabor a pueblo. Sí, claro, con compromiso bajo firma autógrafa.

Por algo se empieza. El miércoles pasado, el sector empresarial, como quitar un pelo a un gato, aceptó hacerla de “billetero” en la rifa del avión sin avión.

En las próximas semanas, o días habría que recordarles que lo que hace falta es mucha más inversión real de parte de ellos.

Algo más que gritar “¡Premio número… Premio número!”..

Impacto

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