Por Fernando López Macari

(ADNPolítico) – El 1 de julio los ciudadanos mexicanos tenemos una nueva cita en las urnas. Ese día vamos a elegir Presidente de la República, 128 senadores y 500 diputados; además, 30 estados tendrán elecciones locales.

Si hay algo que despierte pasión a los mexicanos, además de los deportes, es la política. No es fácil evitar discutir de candidatos y campañas entre amigos, en las redes sociales, en el trabajo… Así las cosas, en este contexto hay dos emociones dominantes hoy en día: el miedo y el enojo.

En diciembre de 2017 arrancaron formalmente las precampañas, si bien desde antes habíamos visto a los contendientes hablar y promoverse activamente por todos lados. En los spots en medios tradicionales, y de manera especial en redes (Twitter o Facebook) estamos observando cómo algunos candidatos y partidos buscan infundir o reforzar el miedo al tiempo que tratan de capitalizar en su favor el enojo individual y social ante la inseguridad, la corrupción, las reformas económicas del gobierno, el alza de la gasolina o lo que sea percibido como un peligro para la gente.

Como pocas veces, la política ha polarizado a los mexicanos. La sociedad está dividida y al mismo tiempo temerosa y enojada por muchos motivos. Enfrentamos emociones muy poderosas, ambas ligadas con la supervivencia del ser humano y el deseo de seguridad.

Nos enojamos cuando percibimos una injusticia o agresión a nosotros, la familia o círculo cercano. Es cosa de que alguien pretenda traspasar los límites porque viene el enojo. Esos límites los fijamos y representan nuestro territorio o marcan los confines que podemos tolerar. Del mismo modo, experimentamos miedo, una emoción primaria básica, cuando percibimos un peligro real o supuesto. Se trata de una reacción ligada a nuestra necesidad de supervivencia. Es normal sentir miedo, lo que no es tan normal es temer a amenazas imaginarias.

Todos deberíamos, no solo identificar y controlar nuestras propias emociones, sino también entender las de los demás. El momento actual nos obliga a poner atención a los temores e incluso la ira que imperan en muchos ambientes.

Cuando vayamos a las urnas el primer domingo de julio, no podemos darnos el lujo de decidir con las tripas. Si nuestro voto se basa en la emoción pura, sin usar el filtro de la razón, tenemos grandes probabilidades de equivocarnos. Y lo peor, de lamentarlo.

El gran riesgo para la democracia y la sana convivencia es dejar que se desboquen el enojo y el miedo. Nos toca hallar un equilibrio entre el dictado del estómago y el raciocinio, a partir de un análisis profundo, sereno y objetivo de las opciones existentes.

Como ciudadanos, estamos obligados a investigar y hacer una reflexión cuidadosa antes de emitir nuestro voto. Con la mente fría, hay que examinar el partido, el candidato, las propuestas, el plan de gobierno, el equipo de trabajo, sus antecedentes… De una decisión inteligente depende, en buena medida, nuestro futuro y el de nuestros hijos. Nadie querrá arrepentirse de su voto, ¿verdad?

 

ADN POLÍTICO

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