Por Fernando Lopez Macari

Durante los últimos cinco años, nuestro país ha presentado un crecimiento económico inercial, no mayor al 3% anual. En 2017, el PIB registró 2% y de acuerdo a las estimaciones del IMEF, este año podría crecer entre 2.2 y 2.5%. Lejos de celebrarlo, consideramos que tenemos potencial para una mayor expansión, capitalizando la riqueza de recursos naturales, el bono demográfico, talento de la fuerza laboral, tratados comerciales, ubicación geográfica, reformas estructurales y una perfectible, pero aceptable infraestructura, entre otras fortalezas.

Si bien crecemos dentro del promedio de los países de la OCDE, aún no alcanzamos el nivel de desarrollo de algunas de esas naciones. Queda mucho por avanzar, pero es posible lograrlo como lo prueban estados (Guanajuato, Querétaro, Yucatán, entre otros) que crecen a niveles superiores a la media nacional.

¿Qué nos impide avanzar con mayor velocidad, de manera homogénea? En la opinión del IMEF, México padece de cinco grandes inhibidores de su desarrollo. Uno de ellos es la necesidad de una reforma fiscal integral. Es sabida la urgencia de cambios que incentiven más inversiones domésticas y foráneas y, de manera importante, que distribuyan la carga tributaria entre más personas, pues a pocos les toca el mayor peso del gasto.

Esto podría lograrse con una medida impopular, pero necesaria: gravar el consumo de alimentos y medicinas, lo cual permite de paso combatir la informalidad. Todos debemos pagar para tener mejor infraestructura y servicios públicos, según nuestras capacidades.

Otra área de oportunidad es la educación. Aunque se ha avanzado con la reforma del sector, sobre todo a nivel primario, falta mejorar en capacitación para satisfacer las demandas del mercado laboral. En un mundo globalizado, uno de los principales factores para asignar inversiones millonarias es la presencia de mano de obra calificada y preparada. Las empresas buscan personal suficiente y competente para poder operar y competir en la esfera mundial. Algo indispensable es crear las condiciones de seguridad para poder desarrollar y retener a nuestros colaboradores cerca de donde se les requiera. Si la mano de obra se va, el capital le seguirá.

El retraso en incorporar tecnologías de vanguardia en las empresas es otro factor que inhibe un mayor crecimiento. Esto se manifiesta en renglones como programación, software, manejo de información y datos, investigación y desarrollo, junto con equipo y maquinaria de alto nivel de tecnificación. Es increíble que existan aún empresas o dependencias del gobierno con prácticas manuales en plena modernidad tecnológica. Conceptos como eficiencia, calidad total, servicio a cliente brillan por su ausencia en un país al que urge una revolución industrial-tecnológica 2.0. Si bien hay un México moderno, hay otro muy atrasado.

La corrupción es un problema denunciado con gran frecuencia, pero que no se ataca con la suficiente voluntad, y tiene implicaciones económicas, políticas y sociales. Más que cultural es un asunto sistémico que tiene harta a la sociedad. Los ciudadanos exigen y demandan a la clase gobernante un combate efectivo a estas prácticas, por ejemplo, transparentando procesos, así como con la creación y puesta en marcha de organismos autónomos de verificación y control. Para que haya corrupción se necesita a dos partes: el que da y el que recibe.

Uno con poder y otro con dinero. Requerimos un acuerdo efectivo entre empresas y gobierno a fin de implementar prácticas para desalentar, prevenir, detectar y poner un castigo a este problema tanto en el ámbito gubernamental como en el empresarial.

Nuestro incipiente Estado de derecho es otro limitante del desarrollo. Falta impulso para tener condiciones de seguridad necesarias para recibir más inversiones, sobre todo en ciertas zonas. El Estado tiene la obligación de garantizar la seguridad de personas y empresas. La clase gobernante, incluyendo al poder judicial, tienen una deuda pendiente con los mexicanos en este renglón desde hace años. Tenemos derecho a vivir y trabajar en paz. Es inconcebible que haya juicios que duren hasta 15 años, que se encarcele a inocentes, que el grado de impunidad en delitos alcance niveles alarmantes. No debe sorprendernos que los capitales se inviertan en naciones donde se apliquen las leyes y se imparta imparcial justicia.

Dicen que admitir un problema es un 50% de la solución. Pero no basta con reconocer la presencia de estos factores limitantes. Es momento de ir por el otro 50% de manera definitiva. Vayamos más allá, en una responsabilidad compartida entre ciudadanos y gobernantes, a quienes elegimos y debemos exigir que hagan su trabajo. Sin dejar de valorar lo mucho que tiene México hoy, ataquemos estos rezagos. Sin dejar de trabajar, seamos críticos y actuemos.

El Financiero

Por Fernando López Macari

(ADNPolítico) – El 1 de julio los ciudadanos mexicanos tenemos una nueva cita en las urnas. Ese día vamos a elegir Presidente de la República, 128 senadores y 500 diputados; además, 30 estados tendrán elecciones locales.

Si hay algo que despierte pasión a los mexicanos, además de los deportes, es la política. No es fácil evitar discutir de candidatos y campañas entre amigos, en las redes sociales, en el trabajo… Así las cosas, en este contexto hay dos emociones dominantes hoy en día: el miedo y el enojo.

En diciembre de 2017 arrancaron formalmente las precampañas, si bien desde antes habíamos visto a los contendientes hablar y promoverse activamente por todos lados. En los spots en medios tradicionales, y de manera especial en redes (Twitter o Facebook) estamos observando cómo algunos candidatos y partidos buscan infundir o reforzar el miedo al tiempo que tratan de capitalizar en su favor el enojo individual y social ante la inseguridad, la corrupción, las reformas económicas del gobierno, el alza de la gasolina o lo que sea percibido como un peligro para la gente.

Como pocas veces, la política ha polarizado a los mexicanos. La sociedad está dividida y al mismo tiempo temerosa y enojada por muchos motivos. Enfrentamos emociones muy poderosas, ambas ligadas con la supervivencia del ser humano y el deseo de seguridad.

Nos enojamos cuando percibimos una injusticia o agresión a nosotros, la familia o círculo cercano. Es cosa de que alguien pretenda traspasar los límites porque viene el enojo. Esos límites los fijamos y representan nuestro territorio o marcan los confines que podemos tolerar. Del mismo modo, experimentamos miedo, una emoción primaria básica, cuando percibimos un peligro real o supuesto. Se trata de una reacción ligada a nuestra necesidad de supervivencia. Es normal sentir miedo, lo que no es tan normal es temer a amenazas imaginarias.

Todos deberíamos, no solo identificar y controlar nuestras propias emociones, sino también entender las de los demás. El momento actual nos obliga a poner atención a los temores e incluso la ira que imperan en muchos ambientes.

Cuando vayamos a las urnas el primer domingo de julio, no podemos darnos el lujo de decidir con las tripas. Si nuestro voto se basa en la emoción pura, sin usar el filtro de la razón, tenemos grandes probabilidades de equivocarnos. Y lo peor, de lamentarlo.

El gran riesgo para la democracia y la sana convivencia es dejar que se desboquen el enojo y el miedo. Nos toca hallar un equilibrio entre el dictado del estómago y el raciocinio, a partir de un análisis profundo, sereno y objetivo de las opciones existentes.

Como ciudadanos, estamos obligados a investigar y hacer una reflexión cuidadosa antes de emitir nuestro voto. Con la mente fría, hay que examinar el partido, el candidato, las propuestas, el plan de gobierno, el equipo de trabajo, sus antecedentes… De una decisión inteligente depende, en buena medida, nuestro futuro y el de nuestros hijos. Nadie querrá arrepentirse de su voto, ¿verdad?

 

ADN POLÍTICO

Por Fernando López Macari

Desde que asumí el cargo como Presidente Nacional del Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas (IMEF) he insistido en diversos foros públicos y privados en la necesidad de una Reforma Fiscal Integral, que incentive las inversiones e incremente la base de contribuyentes.

En este sentido, el IMEF ha elaborado de manera individual y colegiada, diversas propuestas de Reforma Fiscal, con el fin de que México alcance los niveles de recaudación que apuntalen su crecimiento económico, todo ello en el marco de los principios constitucionales de equidad, justicia y proporcionalidad.

Estamos ciertos que la reforma tributaria constituye un instrumento de política económica y de ahí la trascendencia de fortalecer al sistema tributario mexicano, que inmerso en la globalización, compite hoy más que nunca con el resto del mundo en la captación de inversiones, principalmente después de la recién aprobada reforma tributaria de Estados Unidos.

De acuerdo al documento Estadísticas Tributarias en América Latina y el Caribe 2017, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), México logró incrementar en 2.3 puntos porcentuales del Producto Interno Bruto (PIB) sus ingresos tributarios entre 2014 y 2015, para ubicarlos en 17.4%, que si bien es una alza significativa, aún está lejos de los índices de otras economía de la región, como el 32% de Brasil, el 32.1% de Argentina y 20.6% de Chile.

Bajo este contexto y en un estricto propósito de mejorar la competitividad nacional, el IMEF reitera la urgencia de mejorar el marco tributario mexicano, con el fin de ofrecer un esquema que se acerque, iguale o aventaje la oferta fiscal de los países con que compite, los cuales ofrecen esquemas en donde los impuestos al gasto (impuestos indirectos) son la base de la recaudación.

Es por ello que el IMEF pugna –entre otras medidas- por un Impuesto al Valor Agregado (IVA) generalizado, que incluye alimentos y medicinas, con una canasta básica a una tasa menor (en atención a la población más vulnerable). Lo anterior, por considerar que ésta es la mejor forma de hacer eficiente un impuesto indirecto de este tipo y lograr que alcance su potencial máximo de recaudación. Dicha medida permitirá ampliar la base de contribuyentes, para que de acuerdo al mandato constitucional, todos los mexicanos con capacidad contributiva aporten al gasto público.

Y para continuar expandiendo nuestra economia y salir en busca de más y mejores inversiones, también es prioritaria la reducción del Impuesto Sobre la Renta (ISR), la cual no podría implementarse de manera aislada, ya que tendría que ir acompañada de la aplicación de un IVA generalizado (como se ha mencionado), de manera tal que la posibilidad de un efecto negativo en las finanzas públicas sea neutralizado.

En concreto, no debe desaprovecharse la oportunidad que en este momento se nos presenta, para implementar de una vez por todas, la reforma fiscal que México requiere para hacer frente a todos sus compromisos, pero muy particularmente a aquellos que están relacionados con la inversión social.

Somos conscientes de que es un año electoral, pero la reforma fiscal es impostergable; el entorno económico así lo exige y por ello, en el IMEF no dejaremos de insistir en que una reforma fiscal es un acto de responsabilidad profesional, ya que se está construyendo la nueva plataforma de desarrollo económico de nuestro país bajo el techo de una nueva realidad geopolítica y económica, lo cual sentará las bases de nuestra economía no solo para el siguiente sexenio, sino por lo menos, para las siguientes dos décadas. ¿Quién no desea ver más fortalecido a México? Hagamos lo necesario para que esto sea posible.

EL FINANCIERO

Por Fernando López Macari

Bajo un contexto mundial complicado, México ha tenido que enfrentar varios retos, la caída de los precios del petróleo y una política monetaria restrictiva en Estados Unidos, así como expectativas de cambios en las políticas de comercio exterior que han creado una nueva fuente de riesgos e incertidumbre para la economía nacional.

Si bien en este año el crecimiento económico ha sido mayor a lo anticipado y las licitaciones de los pozos petroleros que se han llevado a cabo han sido exitosas, se requiere -para hacer un análisis completo-, sumar los riesgos domésticos de cómo puede ser la reconstrucción de las zonas afectadas por los fenómenos naturales y la definición de los principales actores políticos hacia las elecciones de 2018.

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